Llevo varios días pensando qué tanto hemos ganado y qué tanto perdido con eso de la prolongación de la vida activa. Toda moneda tiene dos caras…
Hemos ganado soltura y confianza en lo que hacemos porque los años de experiencia nos dan una seguridad incalculable.
Somos más certeras en nuestras decisiones, nuestra vida es más completa y, cuando no lo es, nos sentimos aun en el momento justo y con el valor de empezar de nuevo.
Pero esto también ha acarreado la crisis de 40’s (cuidado que los síntomas pueden comenzar un par años antes de los big 4). De repente, tenemos que plantearnos a toda prisa nuestra vida por completo y rápido, el «momento justo» trae la sensación de que el último tren para cualquier cambio hacia la plenitud está por salir.
Evaluamos todo esto, sí: lo qué hacemos, con quién estamos, dónde trabajamos, dónde vivimos, etc., es lo que realmente queremos o queríamos cuando empezamos a soñar con el “cuando sea grande”.
Algunas salen bien libradas y se sienten contentas con el camino recorrido y sólo afilan la brújula un poco.
Por otro lado las hay que consideran que es el momento de optar por un cambio radical como divorciarse, tener hijos solteras, dejar el trabajo en el banco para volverse chef, venderlo todo e irse a la India, o seguir cualquier sueño que se les quedó pendiente.
O, las que sienten que la vida les está dando la última oportunidad de sentirse joven y alocada con los nuevos 30’s por lo que no dejan pasar una noche sin ir a un bar y, como ahora tienen “30”, pues salir con chicos de 20 no es tan desfasado. Nada, que la crisis de los 40’s que nos toca pasar es mucho peor que la simple menopausia de nuestras madres y abuelas.
Como somos eternamente jóvenes igualmente así tenemos que vernos, en los 40´s vamos al gimnasio, pilates, yoga y hasta las que se miden en el IronMan. Muchas mujeres de esta edad tienen unos cuerpazos que quitan el hipo hasta a una adolescente. Ahora bien, casi se ha vuelto obligatorio tener ese cuerpazo o morir en el intento.
Cuando nuestras madres relajaban el meter la panza y se ponían ropa cómoda, nosotras, tenemos que entrar en los pantalones pitillo y, a veces (para rematar) blancos, andar sobre unas plataformas de lo más “in” de 15 cm que nos dejan los pies hechos polvo, pasear la barriga en bikinis que, con hijos o no, debe estar bastante planita. Usar trajes con unos escotes y aperturas que desafían la gravedad y sus efectos propios de la edad.
¿Quiénes son los que más salen ganando? Seguro que los doctores y las estéticas que surgen por doquier. Porque para todo lo anterior, comentar en la sobremesa o intercambiar información hasta por el Facebook sobre cómo y con quién coserse el estomago, ponerse tetas, botox, hacerse lipo, estirarse los ojos, la papada o la barriga etc, es hoy en día, todo menos un tabú. ¡Ah!
Y no olvidemos el cabello, el pelo corto con tinte casero de otras épocas es ahora un super no-no. Actualmente mantenmos unas melenas espectaculares, sedosas, brillantes y, por supuesto, libres de canas. Se ven regias pero valen fortunas en tintes y mechas de tres colores, queratinas, tratamientos del chocolate al pepino, y blowers y planchas por profesionales (adiós a las dominicanas). Eso sí, estamos en los 40’s, o rondándolos, y nos vemos divinas ¿cierto?
Y por otro lado. Mi madre fue abuela a los 45. Yo este año entro en el cuarto piso y tengo dos hijas de casi cuatro y uno respectivamente. La maternidad antes era para los 20’s y si había alguno a los 30 solía ser “¡Ups! el de la sorpresa”.
Hoy las madres cargando infantes (hasta primerizas) en los 40’s no asombran a nadie.
Nosotras, antes de tener hijos, estudiamos, viajamos, rumbeamos, hicimos carrera y montones de otras cosas. Nos sacudimos el estigma de la solterona si no estabas casada y reproducida antes de los 28 y salimos airosas.
Ahora bien, mientras mi madre, con poco más de mi edad, disfrutaba a mi sobrina María y después se iba a dormir tranquila a su casa, yo, disfruto a mis hijas pero me tocan todas las noches en que no duermo (¡y las que me faltan!), pasar otros “terribles dos”, infancias, adolescencias y otro millón de etcéteras que aguardan por mi con risa burlona (¿salimos airosas?). O la consolidación de mi peor pesadilla, que me agarren los cincuenta en el playground del McDonald’s.
Es que, después de una década más para vernos fabulosas, trabajar para ser chicas independientes del siglo XXI, cultivar aficiones que nos llenen y nos hagan “interesantes”, dedicarle el tiempo posible a las parejas y corretear niños e inventarles mil planes terminamos contentas pero, siendo realistas, también A-G-O-T-A-D-A-S, a la edad en nuestras madres estaban empezando a descansar.
Y es entonces que caemos en cuenta que el cuerpo y las energías son las que son para los años que son. En esos momentos los veinte son los veinte, los treinta son los treinta, los cuarenta son los cuarenta y los cincuenta son los cincuenta.
Dependiendo del día la balanza se inclina hacia un lado o hacia otro, por lo que aun no he conseguido descifrar… ¿ganamos esos diez años o los perdimos?
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Un abrazo, p.-
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