Una puede ser ejecutiva de alto nivel, madre, artista, amiga, emprendedora, hija, hermana, esposa y responsable del hogar, barajando todo al mismo tiempo bastante bien pero, el día que se tiene problemas con la nana –por lo menos en mi caso- se descompensa todo. Es como si en el malabarismo cotidiano se cayera un bola y ¡!ZAS! En número entero se viene abajo.
Me hace gracia que hablando con una española me decía “¡Uy! Pero es que aquí tenéis el lujo de las nanas, en Europa ese es un lujo carísimo donde pagas mínimo el doble”. Pues bien, lo que pasa es que, aquí, le pago a la nana, le pago a la que limpia y cocina, y a la que plancha, y al muchacho que tiene que venir a hacer la limpieza profunda (a la que todas las demás no llegan). Porque aquí, la que es nana no cocina, la que cocina no cambia pampers, la que plancha no abre la nevera, la que lava no plancha y así hasta la eternidad porque tienen las funciones más departamentalizadas que el mismísimo Corte Inglés. Al final pagas un dineral entre todos que es igual al que le pagan a la rumana en Europa -pero que lo hace todo- y te toca lidiar con un montón de personal, sus diferentes personalidades, todos sus mundos y problemas -lo que termina siendo un dolor de cabeza (por no decir de otra cosa) y un verdadero infierno-. Vamos, que no sé yo qué es mejor, o peor…
Con las nanas es como con los novios. Puede ser buena pero sí no hay química no funciona, puede ser mediocre pero es tan adorable que le pasas muchas cosas, puede que haya una relación genuinamente buena como que a una le estén tomando el pelo, tal vez se está tan «necesitada» de la relación que hagas ojos ciegos a demasiadas cosas como puede que vaya bien pero uno tenga el “feelling” desde el principio que falta algo, para darnos cuenta después de mucha vuelta de eso mismo: que faltaba algo –y que, además, ese algo era indispensable-.
Si se preguntan que a qué viene esta diatriba, pues obvio: ¡acabo de cambiar de nana! Y además quiero que este sea el capítulo final a mi tema de conversación desde que comenzó el año, me había convertido en esas personas que siempre he dicho que me dan una pereza terrible: ¡las que se la pasan todo el tiempo hablando de su relación con la nana! Escrito esto y ya no más ¡juradito! (y gracias a todos los que me oyeron mil cantaletas al respecto, comenzando por mi esposo).
Tomar la decisión y llevarla a cabo me hizo darle tantas vueltas a la cabeza y ponerle tanta energía que me afectó al punto de que comencé a tener unos dolores en lo talones que me tenían cojeando, desarrollé un herpes que se agarró al nervio ciático –lo que me tenía la pierna hecha polvo- y me broté la cara como una adolescente. Una vez tomado el paso fue como sacarme el peso de diez atmósferas de encima, todos mis síntomas físicos empezaron a retraerse y desaparecer en dos días, definitivamente, el estrés: ¡acaba!
En fin, comienzo con nueva nana como quién comienza nueva relación amorosa después de que te han partido el corazón mil veces: con ganas de que funcione, cierta ilusión y bastante aprensión además de los nervios de que nos adaptemos bien –las niñas, yo y todos-.
Sólo quiero tener nuevamente todas mis bolas para poder seguir haciendo mis malabarismos cotidianos y retomar mi vida, mas más que menos, en paz… ¡Amén!