Mi hija Mar tiene meses con que quiere un conejo. Es que entre los pinches magos de los cumpleaños y las mascotas de la «Princesita Sofia» la cosa se complica cada vez más ¿Qué no puede ser suficiente con nuestra maravillosa Lola?
En fin, finalmente le prestaron un conejo por un par de horas y pensé que las dos se iban a explotar como un pop corn ahí mismo ¡PUF! La dicha personificada pues.
Como bien reza el dicho «Todo lo bueno, cuando poco, dos veces bueno» por eso, el poco tiempo que estuvo con nosotros sirvió para magnificar las virtudes del conejo:
– Mami, es precioso, es tan lindo, y tan tierno, y mira que bien se porta, y no molesta, y no se escapa….
¡Claro que es ideal! el puñetero estaba muerto del susto y petrificado como una momia. A ver quién le hace entender a las niñas que apenas cogen confianza no se quedan quietos, se comen los cables de la computadora (y del cargador de su Ipad) le quitan la comida a Lola y hasta la cama, mordisquean los muebles y arruinan los zapatos (que ya me estoy viendo un Jimmy Choo masticado y me quiere dar algo) y, además, hay que comprarle su comidita especial porque los conejos ya no comen vegetales, no, señores ¡olvídense de las zanahorias! hoy en día ¡hasta lo conejos comen comida procesada!
Pero bueno, un paso a la vez, por el momento la felicidad de las niñas por tener un rato un conejito que abrazar y acariciar no tenía ni nombre ni precio, miren esas caras nada más…
¿¿Y el conejo?? Aaaaah… seguro que esa es otra historia… En el par de horas que estuvo puedo decir que no defecó, ahora bien, estoy segura que mentalmente se estaba cagando en mis hijas, en su visión poco virtuosa de mi madre y en todos mis antepasados…
Amiga, me encanta la frecura con la que escribes esas anecdotas valiosas, de tu diario vivir!
Un beso,
Arlene
Mil gracias Arlene!! besos, p.-