¿Qué pasó con los cumpleaños de los hijos de Cheetos, sandwich y cinco amigas en casa? ¿Cómo caímos en estas celebraciones infantiles que requieren más energía, coordinación y presupuesto que un festival?
Tengo que dar gracias que mis dos hijas cumplen el mismo día, sí, para los que todavía no lo sabían así es. Las dos, Mar y Ana, son de 28 de mayo con tres exactos años de diferencia. Por obra y gracias de Dios porque ni fue planeado ni hubo cesárea. Ninguna de las dos nació en la fecha que estaba prevista pero ambas salieron a empujones por ya saben donde.
Para ver las fotos de la evolución de mi muñecas desde la sala de parto pueden ir a aquí: «5 años en fotos de nacimientos y cumpleaños» o «28 de mayo: El día de mis bendiciones». Y, si bien es cierto que es una encantadora y extraña coincidencia de doble bendición, también es cierto que ese día se vuelve bastante caótico para cumplir con las costumbres que se ha arraigado para las celebraciones de cumpleaños.
Arranquemos con el bendito regalo de los papás que ya no puede ser una Barbie, tiene que ser la tapa del coco, el nova-más-plus-ultra de los regalos porque, de otro modo, quedará relegado y sepultado por la avalancha de regalos que recibirán de los demás el resto del día. Eso antes de que amanezca porque no han terminado de abrir el ojo y ya están preguntando por él. Mar se despertó a las 5:40am con el grito de «¡ES MI CUMPLEAÑOS!» y no hubo manera de convencerla de que se durmiera un rato más que, al fin y al cabo, en una horita todavía iba a ser su cumpleaños (y con una mamá más feliz, de paso)…
Y ahí le cantamos el primer «Happy Birthday to you« del día con velas sobre el pancake del desayuno, el cual engulló para abrir los regalos de «mis papás». Unas Heelies (zapatillas con ruedas que guardé enseguida a riesgo de terminar el día con un pie entablillado) y un telescopio como para ver a los marcianos hurgándose la nariz que hizo sus delicias.
Despachada Mar para el colegio se levanta Ana, a la cual hay que hacerle la misma parnafelaria pero con las velas sobre el huevo frito, las cuales hay que prender ocho veces porque lo que le mola es soplarlas una y otra y otra vez más. Y por ahí anda por la casa arrebatada con su scooter nuevo «¡con canasta mami!«, como si yo no lo hubiera visto nunca antes…
Yo no recuerdo ninguna especialidad durante mi cumpleaños en todos mis años de escuela pero ahora, hay que estar a la hora acordada exacta con un pastel, platos y cucharas, con globo temático hasta mejor, para cantarle a Mar otro «Happy birthday to you» en el colegio con todos los compañeritos del salón. Y, en mi caso, no he terminado de chuparme los dedos cuando me toca salir corriendo para la otra escuela, con el globo temático a cuestas, para cantarle a Ana su «Happy birthday» con su dulce, el cual dadas las circunstancias me pidieron que fuera kosher, ¿en serio? pues sí, por lo visto o Ana se tragaba todo el dulce solita o tenía que ser kosher para que pudieran comer todos, en fin, lo que toca, toca.
Y en la tarde, con un renglón en el presupuesto del mes nada despreciable, se hace la «celebración formal«. Menos mal que los salones de fiesta organizan una gran parte encargándose de la decoración, comida y parque techado, porque bastante tiene una con coordinar los vestidos, los toques temáticos especiales, «las canastitas» para los niños al final de fiesta, el animador, el fotógrafo, la corredera, los amigos, la familia, la pequeña que no se quiere soltar de la pierna, como para encima sucumbir ante un ataque de pánico con la tormenta tropical que cae todos los 28 de mayo.
Verlas tan dichosas vale la pena, aunque para eso antes de las 5 de la tarde ya llevara dos Red Bull entre pecho y espalda. Disfrutaron como enanas su fiesta de «Frozen», porque entre «Frozen» y la «Princesita Sofia» las temáticas están acaparadas. Con los amiguitos, la familia, vestidas de Elsa, con una Elsa de animadora y gritando (que es diferente a cantar) «Libre soy» a todo pulmón.
Cuando uno termina de meter la pila de regalos al auto, recoger las ultimas cosas, subir a las niñas en brazos (porque hace rato que no saben donde dejaron los zapatos) y entra a la casa, una piensa que se va a morir ahí mismo. Pero no, no se puede. Porque hay dos enanas exitadísimas con disfraces azules que todavía hay que calmar, convencer de que no se van a poner a abrir regalos ahora porque mamá dijo que no y punto, bañar y acostar a dormir… después, y sólo después, una se puede morir, pero entonces ya no quedan fuerzas ni para eso… Y, esa, es la única razón por la que se sobrevive.
Pronto les subo las «fotos oficiales» de la fiesta, más elaboradas que estas de ojos blancos por el flash del celular, ya pronto, apenas termine de recuperarme…