A ver, aclaro, yo no cocino porque no me gusta no porque no sepa (vale, mis conocimientos al respecto son muy -demasiado- básicos, qué le vamos a hacer, pero suficientes para subsistir).
No me gusta todo lo que se mancha para hacer una cosita de nada, las horas que hay que meterle a un resultado que te zampas en un diez minutos, ni andar sobando carnes crudas ni cosas grasosas. Cada quien tiene lo suyo, pues bien, la cocina no es lo mío.
Además me casé con un hombre que le encanta cocinar y me da igual que le guste jactarse de que a mí se me quema hasta el agua, aunque la verdad sea que la única vez en mi vida que yo he visto que se queme el agua ¡fue a él!
Ahora bien, por lo visto la combinación de una cosa y la otra está inculcando conceptos distorsionados en mis hijas porque esta mañana, domingo, les preparo desayuno a las niñas (cosa que generalmente les hace Darío) y cuando Mar se sube a su silla, ve su plato, me mira con cara de mezcla de asombro con orgullo y exclama entusiasmada:
– ¡¡Wow!! mami ¿¿Esto lo cocinaste tú??
Era una tostada con mantequilla y miel…
Ja ja ja no pensaba reirme hoy…ando acongojada por mi perro enfermo y esto me acaba de hacer reir…al menos no soy la unica que se lleva bien de lejos con la cocina, ya que puedo vivir de sandwishes, nachos de doritos, galletas integrales y frutas por tiempo indefinido…esta buena la receta que sorprendio a tu hija sin matarte horneando!
¡VISTE! le hago unos huevos benedictinos y no le hubieran gustado tanto!! jajaja
besos guapa que se mejore tu perro, p.-