¿No te pasa que a veces te agarra un remordimiento que te aprieta el pecho y casi que no puedes respirar bajo el peso de la culpa?
A mí sí y esto es lo que aprendí el día que dije que ya no más. El día que dije ¡Estoy harta de sentirme culpable! y si este es también tu caso vengo a decirte lo que me saca a mi de allí para que salgas de ese estado tu también.
Porque yo siempre he sido mucho de «si hubiera» hecho-dicho esto o lo otro, o «no debería» haber hecho-dicho aquello o lo de más allá.
Ahí comienza el sentimiento de culpa, como un taladro abriendo un hueco en mi cabeza y continua con un peso como si un elefante se me hubiera sentado encima.
Hace años leí en el libro «Tus Zonas Erróneas» que la culpa junto con la preocupacion, son los dos sentimientos más inutiles que hay. Y con toda la razón.
La culpa te inmoviliza, basada en hechos pasados que no podrás cambiar, aun con todo lo culpable que te puedas sentir al respecto.
La preocupación te agobia, te paraliza y te quema las entrañas por algo que no importa cuánto lo planifiques o incierto y angustioso lo veas, nada te garantiza que pasará como piensas.
Ambas sensaciones te paralizan, contraen y te impiden avanzar disfrutando tu momento presente.
En esta ocasión, hablaré de la culpa y de cómo liberarte de ella te devuelve la paz porque, simplemente, no importa cuánto te mortifiques, no podrás alterar algo que ya pasó y voy a compartirte el ejercicio práctico con el que ayudo a mis clientes a soltar y liberarse de la culpa
No podrás cambiar lo que ya fue, no podrás desandar no avanzado, no podrás borrar las palabras dichas, no podrás volver a vivir el tiempo transcurrido, no podrás desaparecer el desplante o agarrar esa misma oportunidad.
Lo mejor es aceptarlo cuanto antes. Es irreal que, por sentirte más y más culpable, consigas cambiar el pasado.
Es momento de moverte hacia delante con tu lección.
El pasado no pesa, el pasado es sólo tiempo que se fue. Lo pesado es vivir agarrándose a él, dedicándole la mitad de nuestras fuerzas, nuestra energía y nuestra concentración.
Si la culpa no aporta, entonces ¿para qué? Y ¿cómo dejar de sentirla?
Entendamos la culpa para dejarla ir y recuperar nuestra paz interior.
Voy a decirte que, como todo lo que está en nuestra vida, la culpa la guardamos y la consentimos porque nos sirve.
La culpa nos permite recibir aprobación, indulgencias y consideraciones sin necesidad de hacer mucho, o lo que es peor, sin necesidad de hacer más que amargarnos el presente, como si eso fuera poco.
Si la embarramos bien fuerte, pero nos sentimos bien culpables, se nos perdona o al menos, se nos entiende y se nos acepta. Sin necesidad de hacer nada más.
«Así, desde el tiempo no pasado con los abuelos, los padres o los hijos, una infidelidad, un comentario hiriente, hasta un dulce de chocolate de ocho capas, todas esas cosas que de alguna manera consideras incorrectas, si te sientes súper culpable después y te sientes desgraciado por un buen tiempo, es casi como decir que será socialmente aceptado, te has redimido y serás perdonado.»
Además, aunque cueste aceptarlo, estar ocupados sintiéndonos culpables nos absuelve de tener que trabajar en una solución y en nosotros mismos.
Es que la culpa, por crudo que suene, es una coraza de pinchos que también nos protege de hacernos responsables de nuestras vidas, de nuestras lecciones y enfrentar un camino incierto.
Es útil que nos absuelva con los demás y libere de nosotros mismos. Pero en verdad, tú y yo sabermos que vivir así no es vivir en paz.
¿Y cómo rompemos con la culpa?
A la culpa se la desarma tomando la responsabilidad de nuestras vidas en nuestras manos.
Primero, aceptando que lo hecho, hecho está. Aceptar contundentemente que lo ocurrido ya fue, o lo que es, es, y que toda la culpabilidad del mundo no va a cambiar eso. Así que a mirar hacia adelante y dejar de lamer la herida, qué aprendí, qué puedo remediar y cómo debo actuar en adelante.
Sin excusas. Sin lamentos. Con aceptación. Con responsabilidad, determinación, prendizaje y acción.
La culpa no es natural. La culpa es aprendida y autoimpuesta y asimismo, puedes trabajar en quitártela. No es fácil, pero puedes hacerlo porque nada se compara con vivir en paz.
Vivir sin culpa requiere valor, el valor de hacerte responsable de tus valores y tu crecimiento, de definir tus límites, ser el creador de tu vida y, mirando hacia delante, el diseñador de tus caminos.
Requiere coraje, pero vale la pena vivir así.
Libérate de la culpa, avanza cimentado en la paz interior que viene de confiar en ti y tus aprendizajes. Tu vida te está esperando y ¡Tu momento es ahora!
La próxima vez que hagas algo y te sientas culpable, haz este ejercicio práctico:
- ¿Qué o quién me hace sentir culpable?
- ¿Por qué me siento culpable?
- ¿Hay razón para ello?
- ¿Qué parte de eso es mi responsabilidad?
- ¿Qué debí haber hecho diferente?
- ¿Qué aprendí?
- ¿Cómo enfrentaré esta situación en el futuro?
Asume tus errores, aprende de ellos, corrige tu comportamiento y no te impongas o dejes imponer más culpa por ellos.
Las consecuencias de lo que hagamos ya suelen ser suficiente cobro y hay que vivir con ellas. Guardemos eso de que aprendemos más de nuestros errores que de nuestros aciertos, aprendamos de verdad y sigamos adelante.
¿Qué te hace sentir culpable? ¿Qué has decidido cambiar y dejar atrás como resultado de hacerte este ejercicio?
Cuéntamelo en los comentarios, para saber qué herramientas te están sirviendo más y darte más de ellas.
¿Conoces a alguien a quién la culpa le tortura?
Compártele esto para que pueda aplicar el ejercicio practico y seguir hacia adelante.
Un abrazo, p.-
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