Bocas del Toro está, para mí, siempre asociado a momentos felices. Lo visité la primera en 1997, cuando era poco conocido y el viaje ida y vuelta costaba como 90 dólares (nada comparado con los 200 de hoy en día). En posteriores visitas lo vi evolucionar de destino de surf al destino turístico más importante de Panamá.
En enero del 2006, sobre el deck del bar La Iguana, tomándonos un caipiriña preparado y servido por Alex, Darío y yo decidimos comprar un terreno en la isla y darnos la oportunidad de abrir algún negocio y vivir en Bocas del Toro por un tiempo.
En abril del mismo año, en la terraza del hotel Ancon Expeditions, Darío me propuso matrimonio.
Como se puede leer en las entradas del 2006 en este mismo blog, para julio comenzamos nuestra aventura residencial en la isla que ahí sale bien detallada.
Para noviembre del 2007 levantamos anclas y cerramos Café d’ Artiste, entregamos el apartamento-ratonera, y nos hicimos a la idea de que esa etapa era pasada.
En febrero, o marzo, del 2008, Darío y yo regresábamos en calidad de turistas a la isla en lo que sería nuestro último paseo por un buen tiempo. Yo ostentaba ya mi panzota de siete meses de embarazo de Mar.
Así, casi tres años más tarde, en marzo del 2011, regresábamos a Bocas del Toro en nuevo tipo de plan, totalmente diferente del que habíamos hecho nunca antes. Llegábamos como una familia de turistas con una hija pequeña. Aquí es donde primero que todo me toca reconocer que, si bien cuando eramos lugareños despotricamos contra el hotel Playa Tortuga como una aberración dentro de la línea de hospedajes típicos de la isla, ahora, con una niña de casi tres años, reconocemos que si vas con niños pequeños es la mejor opción con mucha ventaja.
Las habitaciones son amplias, cómodas, limpias y frescas. Mar dormía como un lirón tanto en las noches como sus siestas. En la mañana la barra de desayuno es amplia y abre hasta las 10am, eso nos daba la facilidad de darle opciones a Mar y no tener que esperar el servicio de mesa. Como nuestra hija le tiene susto a las lanchas y los botes, además de ser aun pequeña, los paseos de todo el día en lancha a Cayo Zapatilla, etc, no eran una opción.Ya el primer día hicimos el mal plan de salir con todo el calor a pasear por el pueblo y casi nos fundimos todos!! Así que al sigueinte le sacamos provecho a las buenas instalaciones del hotel y en la mañana bajamos a las piscinas que, al ser sobre el mar, te permiten sentirte full Bocas. En la playita del hotel Mar jugaba con la arena, tristemente a mi hija también le asusta el mar cuando tiene la más mínima ola, consecuencia de un par de revolcadas previas en Buenaventura.
De ahí dejábamos que ella durmiera su siesta mientras Darío bajaba a la piscina y yo aprovechaba a leer en el balcón sobre el mar, a media tarde salíamos para el pueblo donde, para nuestra grata sorpresa, han hecho una excelente inversión en el parque central y ahora cuenta con un área de juegos y columpios que ni Central Park. Nos encontramos con nuestro amigo Carlos de La Iguana y compartimos la tarde con él y su linda hija Alba hasta que cayó a noche y tras cenar por el pueblo regresamos al hotel donde Mar durmió como una piedra.
Como tampoco fuimos a Bocas para hacer paseos tan citadinos, en nuestro tercer día fuimos a Bocas del Drago. Queríamos ir en bote a la playa de las estrella pero cuando Mar vio nuestras intenciones puso los ojos como platos y se retacó ante la idea de subirse a la lancha, para frustración de Darío, pero tampoco era cuestión de forzarla y hacerle pasar un mal rato. Aprovechamos la mañana jugando en una playa de agua tranquilas y trasparentes como un vaso de agua donde Mar disfrutó viendo pececitos y cangrejos. En la tarde bajamos a la piscina del hotel mientras se ponía un poco el sol y regresamos al parque del pueblo y a cenar en la Ballena, donde Nanni le preparó a Mar su plato favorito, pasta con aceite de oliva y NADA más, yo me comí una pasta con mariscos que aun me relamo….
Y así acabó nuestro paseo, Mar enamorada de Bocas y clarito dice hotel “Playa Tortuga”. Sabemos que no volveremos en un par de años, será cuando Ana tenga más o menos los dos. Ya la logística con dos hijos es algo más complicada pero estamos seguros que regresaremos apenas Ana sea más manejable y pueda disfrutar de los planes de la isla, además lo haremos muchas veces más. Bocas del Toro es, y será siempre, un lugar muy especial para Darío y para mí y queremos que igualmente sea para nuestras hijas.
Reutilizando la frase de la película que dice “we’ll always have Paris” para nosotros es y se: “we´ll always have Bocas”….