Y bien, ya Pili me regañó porque me estoy demorando mucho con actualizar el blog así que ¡aquí estoy de nuevo!
Es que el tiempo se pasa en un abrir y cerrar de ojos, entre la doble maternidad y la oficina efervescente de trabajo… Presento pues la última quincena de octubre, que fue intensa e intermitente con una de cal y otra de arena…
Como todos los fines de semana en que salimos huyendo de la monotonía citadina fuimos a Buenaventura y tuvimos el regalo divino de un fin de semana de verano con un solazo y una brisa encantadora. Las tardes las pasamos debajo del Corotú frente el hotel, a la sombra de su espesura Ana se durmió unas buenas siestas a pierna suelta, hasta que la hermana llegó y le metió el dedo en el ojo, claro. Mar está mucho más independiente y corre por todos lados, va a al kids club sola y hace amigas con soltura.
El que no la pasó tan bien fue Adrián, que vomitó más que borracho en carnavales con una abnegación que partía el alma. Y el lunes, fuera cual fuera el virus que le dio, hizo un salto olímpico y cayó encima de Caroline y de mí.
Para el martes estábamos las dos hospitalizadas, una en cada cuarto y mi madre corriendo de habitación en habitación. Cuatro días enchufadas a la venoclísis, es mucho más de lo que el cuerpo puede absorber, y para el tercer día yo estaba hinchada como un sapo de tanto líquido. Los ojos estaban tan inflamados que se perdía el tabique entre ellos y apenas los podía abrir. Los dedos de las manos parecían salchichas. Debí tomarme una foto, pero en ese momento no me pareció inmortalizarme en ese aspecto. Por supuesto que me desenchufaron la venoclisis antes de que explotara.
Al salir de ahí teníamos unas ganas locas de estar con nuestros hijos y, aunque en esos días el veranito del fin de semana anterior se había esfumado para dar paso a las lluvias, decidimos ir al Valle y pasarla todos juntos. Lina se unió al paseo y a los primos chicos se les caían las babas con ella, Mar y Adrián la adoran y Ana se dejó cargar y se quedaba tranquilita mientras Lina la tenía en brazos y le cantaba al oído canciones del escuálido ese del Justin Biaber, que parece un lolipop pero trae locas a todas las adolescentes.Ahora bien, como dije, una de cal y otra de arena. Después de cuatro días previos de hospital en semejante cama tan patética y almohada de pacotilla ¡ZAS! ¡Tortícolis! Un dolor espantoso, un punzón que me inmovilizaba cuello y trapecio, que me dejaba agotada al punto de parar en la farmacia y comprar analgésico inyectable y delegar a mi marido la labor de ponérmelo. Estando en un dolor así puse a un lado mis reservas de dejarle hacer esas cosas pero, un trasero lleno de morados me recuerdan que, señores, no es lo mismo un doctor que ¡un veterinario!
Aun más llena de analgésicos que el mismisimo Dr. House, fui la animadora de la fiesta de Halloween que le había organizado a Mar con sus amiguitos. El dolor lo dejé para más tarde, porque verle la cara de dicha a mi pitufa vestida de «princesa-hada» bien me valía la pena.