Esta mañana me levanté muy temprano, bueno, casi a la misma hora sólo que esta vez salí temprano de la casa, quiero decir. Es que cuando uno no tiene que levantar, dar de desayunar, alistar para el colegio y dedicarle un tiempo a dos niñas, es impresionante como se puede salir de la casa en media hora después de abrir el ojo.
Y así, antes de las siete de la mañana, sin nada de tráfico y con la ciudad a medio desperezarse todavía, yo estaba en la calle admirando la luz oblicua del sol sobre los edificios con un ánimo matutino de lo más optimista y feliciano (más destacable aún teniendo en cuenta que todavía no me había tomado ni un café, en especial ESE café de la mañana).
Ahora bien, cuando uno sale tan temprano le da mucho tiempo al día para deshacer lo hecho. Salí a esa hora porque tenía mi cita para la mamografía (que ya les he dicho, chicas, que no dejen pasar el año sin hacérsela) y por ahí mismo tenía programada otra cita médica, tan organizadita yo para poder aprovechar el día. Así que, con lo bien que empezamos, no se como es que las cosas han quedado así. Cha, cha, cha, chan…. ¡Aquí un acto de mágica digno de Las Vegas!
A las 7am de la mañana yo era pura sonrisa al sol, ahora, son las 11am y el panorama es el siguiente: En las últimas cuatro horas, me han apachurrado las tetas a su máxima expresión. La dermatóloga me limpió la cara para quedarse mirando con expresión compungida «¡uy! cómo estás de manchas, y definitivamente necesitas hidratación». Encima, se largó a llover como si no hubiera mañana. En mi oficina ya tuvimos ‘una situación’ y, aun no es medio día y allá abajo (calle 50) ya se oye un tráfico de los mil demonios…
¡Tiene que ser magia!
Aun falta tanto para la noche… ¿qué más puede pasar?