Dice una historia que nunca es el mismo río debajo del puente. A cada segundo la corriente hace pasar agua nueva y así, siempre es el mismo río y siempre es diferente.
Y eso es justo lo que pensaba una y otra vez durante estos últimos cuatro días sentada en el mismo teatro, como quien dice en el mismo puente, mirándome y sintiéndome asombrada y casi maravillada que ya no soy ese río.
¿Dónde tú estabas hace un año física y emocionalmente? ¿Qué ocupaba tu mente? ¿Qué estabas viviendo que parecía tan grande y que ahora tu perspectiva es totalmente diferente?
Todo esto lo escribo hoy, mientras integro los últimos días, acostada sobre la hierba en el Central Park en una tarde de verano.
Y es que todo esto viene porque acabo de terminar un retiro para mujeres coaches en Connecticut, el mismo al que vine el año pasado cuando era yo la que tenía que tomar el escenario por ocho minutos y contar una historia que me definiera.
Yo tenía mi historia. ¡Ey, tenía una historia impactante! había sido diagnosticada con cáncer en enero y acababa de terminar mi quimio y radioterapia.
En ese momento pensé que había sido puesta a prueba de una manera en que me fundieron para ser forjada de nuevo. Y, que tenía algo asi como la mamá de todas las historias.
No sabía entonces que estaba a dos meses de que la empresa que manejé por 20 años iba a terminar de desmoronarse y cerraríamos operaciones para siempre en octubre, dejándome sin trabajo, de paso.
Pero ¿sabes? todo eso son sólo historias.
Vehículos para que aprendiera lo que tenía que aprender.
Que cuando no eres lo feliz que sabes que podrías ser (y dejas de manejarte como eludiendo el gran elefante en medio de la sala) y eres consciente, si tú no haces algo el universo se ocupará de hacerlo por ti, y por lo general no es muy sutil.
Así que hubo que destruirlo todo para no me quedara ninguna excusa ni esquina de la que agarrarme. Para que aprendiera a dejar ir todo lo que no estaba alineado conmigo y dejara de imponerme aquello que sólo iba a perpetuar mi estado en el limbo.
Para dejarme sin plan, son control, sin resultados garantizados y simplemente creer y confiar en el proceso. Y dar un solo paso a la vez y confiar que a cada paso que diera el siguiente me sería revelado, pero no más.
Nada más de vida prehecha o predecible, debo confíar de que a cada paso que de seré sostenida y apoyada pero está en mi la responsabilidad de dar continuamente mis pasos hacia la vida que quiero para mi.
No más excusarme o culpar a las circunstancias.
Eso tenía que terminar de aprender porque aunque pensé que que lo había aprendido, como que me de dejé una colita colgando y ¡ZAS! ahí fue el universo a demostrarme lo que me faltaba.
Hace un año, en el fondo quedaban cosas que me hacían sentir como una ficha en un tablero que alguien más dominaba donde yo no tenía control, ni voz ni voto y estaba a merced de las circunstancias.
Aunque había renunciado a muchas luchas todavía tenía áreas donde seguía siendo una guerrera comandada.
Hoy, terminado el retiro y en el mismo lugar que hace un año, como quien dice en el mismo puente, puedo decir que ya no soy ese río.
Hoy me levanto soberana en mi vida y recordándome todos los días que soy creadora de mi historia.
Se que mi norte es una vida que ame todos los días, una vida extraordinaria que merezco igual que tú. No tengo el mapa exacto, el plan perfecto o el resultado garantizado pero confio en el proceso (aunque muchas veces me da miedo) y sé que con mis ojos en mi norte, tomando responsabilidad por mi vida y dando constantemente pasos congruentes, el camino me será revelado.
Y hoy, las palabras que dije hace un año tienen para mi un sentido todavía mas profundo y siguen siendo mi historia y mi lección de vida y quiero compartirlas de nuevo contigo…
«Yo fui una guerrera.
Yo fui una guerrera jodidamente buena.
Regía mi vida como Julio Cesar, bajo el lema “vini, vidi, vinci”. Vine. Vi. Vencí.
Nunca aceptaba un NO por respuesta. Si una puerta se cerraba, yo averiguaría como atravesarla.
Yo podía con todo – o eso creía.
Podía manejar mi trabajo, mi matrimonio, mis hijas, mi casa… todo. Cualquiera podía contar conmigo, porque yo podía manejarlo T-O-D-O.
¿No te pasa a ti? ¿Sentirte como la mujer orquesta tocando para todo el mundo menos para ti misma?
Sí, claro. Podrías decir que tenía todo lo que podía querer. Y tal vez sí. Tal vez lo tenía. Después de todo, como la guerrera que era me lo había ganado.
Pero todo se había vuelto una batalla que debía ganarse, ahora. A veces ni siquiera valía la pena tanto desgaste o fuera algo que quisiera a largo plazo pero ¿Quién puede pensar en largo plazo cuando está en medio del campo de batalla?
Secretamente soñaba con tierras tranquilas de gozo y sin presiones…
Pero siempre pensé que eso era para otros. Que cada uno venimos al mundo con cierto juego de barajas y, por lo visto, yo había sacado las de guerrera mucho antes de lo que podía recordar.
¿Está nuestro destino sellado?
¿Es del modo que enfrentamos la vida quienes somos?
¿Podemos elegir cambiar drásticamente? ¿Podemos encontrarnos a nosotros mismos en una nueva forma de ser?
Porque en mi caso, empecé a sofocarme. A ahogarme.
Me estaba ahogando en mi propia vida sintiéndome que no estaría a salvo y todo se vendría abajo si bajaba la guardia.
Y la armadura que un día me hizo sentir poderosa y gloriosa, me estaba haciendo ahora su prisionera.
Era prisionera del empujar, del prosperar, de ser la más fuerte, del continuo logro, de las expectativas de los demás y de las expectativas de mi misma.
Y seguía soñando con una vida donde todo fluía.
Con una vida donde no todo estaba sobre mi espalda.
Una vida donde yo fuera apoyada y contenida.
Una vida donde yo podría parar, y confiar, y donde tendría tiempo para mí misma sin sentirme culpable.
Una vida donde las cosas vendrían y me sucedería a mí en vez de ser yo la luchara y empujara para que me ocurrieran.
Pero yo no sabía como parar. No sabía como conseguir eso para mi. No sabía como cambiar.
Y la vida me hizo parar a la dura.
Para aprender que la vida que yo anhelaba existía, la vida me partió hasta en centro de mis entrañas y, como el Ave Fenix, tuve que reconstruirme desde mis cenizas.
Fui diagnosticada con cancer de seno en enero. Y eso, fue un llamado para aprender.
Y aprendí.
Aprendí que no soy Wonderwoman y que era tiempo de crear una nueva yo realmente alineada conmigo misma y aquella vida que soñaba.
¿Quieres saber la parte más dura?
Dejar ir la presión de controlar y aprender a confiar.
Confiar que cada una de las personas a mi alrededor era capaz de manejar sus propios rollos y liberarme de sentirme responsable por ellos o por sus expectativas.
Confiar que podía pedir ayuda y que me sería brindada. Y que pedir ayuda y mostrar mi vulnerabilidad está bien, y no me hace menos fuerte.
Confiar que aquello que es para mí vendrá a mí. Y que las cosas pueden ser retadoras pero no deben ser un campo de batalla y, sí se vuelven así, simplemente es mejor dejarlas ir.
Aprendí a estarme quieta y receptiva y maravillarme con las cosas que empezaron a ocurrirme… una vez que solté… una vez que me rendí…
Aprendí que Dios y el universo me sostienen.
Y te invito a hacer lo mismo: Rinde tu espada, entrega tu armadura.
Ríndete y entrégate a una vida de certeza, confianza, rendición y recibimiento.
La vida que queremos, que merecemos, está aquí.
Ahora.»
Un abrazo, p.-
PD Si aun no eres parte de Mi Tribu Querida me encantaría que lo fueras subscribiéndote al Blog para estar más conectados.